Abraham Prudencio, Walter Lingan y Alfredo Pita (Foto: Jorge Tafur). |
He leído El
espanto enmudeció los sueños, novela de Walter Lingán, cajamarquino nacido
en San Miguel de Pallaques, con un sentimiento de descubrimiento y de placer
que en un primer momento no supe bien identificar de donde surgía. El contexto de la
obra, el marco de la historia, eran atractivos. Los últimos treinta años de la
historia del Perú sobrevolados con rapidez vertiginosa y observados con ojos de
ave acuciosa, son una cantera fascinante, un buen material para sustentar no
sólo este libro sino los muchos que se han escrito y escribirán aún sobre el
periodo. ¿Qué me daba de
nuevo la novela de mi paisano? Progresando en mi lectura he procurado anotar
las impresiones que me ha causado en tanto que lector y colega.
Un lenguaje
llano, excesivamente llano en un mundo en el que la tendencia de los escritores
es hacer alarde de las maromas técnicas de las que son capaces, era en sí
sorprendente, pero no bastaba para justificar lo que me atraía y gustaba de la
forma de contar de Lingán. Había otra cosa. La llaneza
escondía una cierta complejidad, ya que una serie de elementos casi invisibles,
pero incorporados con discreta habilidad, como el habla popular, los datos
históricos, la interpretación sociológica, la percepción ideológica, estaban
presentes, trenzados con habilidad para terminar siendo crónica, retrato
colectivo y tumultuoso de un tiempo del que hemos participado muchos y que
vemos restituido de modo creativo.
Este lenguaje no
se limita al juego referencial y chato de lo visto y vivido sino que nos llega
envuelto en una emoción y en cierto lirismo que no sólo evidencia la música de
la prosa sino que viene con la permanente referencia a la música y a un
sentimiento raigal. Al llegar a este
punto me di cuenta la enorme presencia que tiene en el relato del narrador su
deuda con los poetas. Y allí se me hizo la luz. Pero claro, Lingán, pertenece a
una familia de la lírica peruana y, consciente o inconscientemente, lo ha
querido evidenciar con este libro. Su novela está en diálogo con los poetas de
combate que el Perú prohija, y su más cercano interlocutor es sin duda, Cesáreo
Martínez, el entrañable Chacho.
Tenemos entonces
una novela que se pretende crónica ficcional, que informa al lector, y tal vez
al autor mismo, de cómo fueron las cosas que nos han llevado al presente, de
todo lo que hay que asumir y tatuar la memoria, para mejor encarar lo que se
viene, pero que además es un canto en el que late la solidaridad y la rebeldía
para dar fuerzas.
En el relato,
poblado sobre de la voz del narrador, desfilan algunos personajes, no muy
corpóreos pero sí intensos, como el padre fugaz, la madre enferma pero con una
sobrehumana fuerza, la amada, los amigos, y hasta los tiranos que nos han
podrido la vida a los peruanos, para componer todos el coro con el que el
cronista teje su historia. Un libro cargado
de apreciaciones políticas e ideológicas, que por ello mismo roza siempre el precipicio
de lo enfático, de lo reductor, pero que finalmente siempre sale de la trampa
porque nos instala en ese sentimiento genuino que sólo dan los relatos
verdaderos: sí, así fueron las cosas, o, al menos, así es como las veíamos.
El narrador ha
encontrado en lo coloquial las fórmulas precisas que lo hacen convincente, que
la única virtud que se le debe exigir a un contador de historias. Los
escritores cajamarquinos, que no estamos ajochados por los fosos culturales que
crean la multiculturalidad en otros lugares del Perú, también tenemos nuestros
propios problemas expresivos para aprehender la realidad.
Walter Lingán
hace apenas de alguna concesión y en general se esfuerza por darnos su versión
con una prosa tersa y eficaz y convincente, que el lector al final agradece. He leído el libro
de Walter LIngán con un sentimiento de descubrimiento que he querido compartir con
ustedes. Es difícil que un escritor coterráneo y contemporáneo lo sorprenda a
alguien que lleva ya años en la batalla como yo. Walter no sólo ha hecho esto
sino que me ha mostrado que el camino de la creatividad en nuestras tierras no
sólo está lleno de promesas sino que estas promesas son cumplidas.
Gracias.
(Texto leído en la presentación del libro y del autor en París, febrero del
2013)