“Y si
luego encontramos,
de
buenas a primeras,
que
vivimos”
César
Vallejo
1. A la hora de
los brindis
Cuando Oswaldo Reynoso presentó su libro “Los
inocentes” en el bar Palermo el año 1961, en una mesa del fondo solo y
apartado, combinando con el gris de las paredes opacas, salvo sus ojos insomnes
y sobresaltados, permanecía hierático Martín Adán.
Oswaldo, fornido y rozagante fue e lo invitó
al legendario poeta a acercarse para tener el honor de tenerlo sentado entre
las sillas que formaban el ruedo.
Sin embargo, le manifestó que iba a estar
atento a la ceremonia de presentación del libro, pero desde ahí; desde su mesa
de siempre.
Y así fue. No se movió, envuelto en su gabán
oscuro, lustroso a la luz del fluorescente y raído; ya sin botones por la
intemperie y apenas sujeto por un imperdible.
La obra Los
inocentes fue presentada por José María Arguedas.
Después de realizado el programa y a la hora
de los brindis Oswaldo fue y le obsequió un libro dedicado al autor de Travesía de extramares, La rosa de la espinela y La mano desasida.
2. Quería decirle
Volvió a la semana y encontró a Martín Adán
sentado en la misma mesa con los ojos abstraídos y en una especie de éxtasis,
barbado y sucio, esta vez ya no delante de una botella de cerveza sino de un
vaso y una botella de pisco transparente.
Trató de acercarse, pero observó que no miraba
pese a que tenía los ojos abiertos.
Otro día estuvo sentado largo rato en una mesa
frente a él, como para que lo viera. Y lo llamara para escucharle algún
comentario acerca del libro presentado y que él le había ofrecido conmovido y
reverente.
Pero nada sucedió. Martín Adán no mostraba que
quisiera hablarle. Oswaldo de algún modo quería decirle que él aprendió a
escribir a los doce años de edad leyendo La
casa de cartón.
Ella es la obra juvenil de Martín Adán que
escribió en su cuaderno de colegial, y que se publicó al año 1928 con prólogo
de Luis Alberto Sánchez y colofón de José Carlos Mariátegui.
3. Todo y de
una sola vez
Pero el maestro no lo llamaba y no quería
reconocerle pese a que aparentemente lo veía.
Pasaron tres, cuatro semanas. Y siempre lo
encontraba en la misma mesa.
Y con aquella actitud ausente, catatónica,
rígida. Y casi inerte, pero con los ojos deslumbrados en vigilia o en ensueño.
¿Veía? ¿Sentía? ¿Era consciente? ¿O dormía con
los ojos abiertos?
Ya un día pasó impaciente a su lado. Lo saludó
y apenas Martín Adán respondió con un saludo gutural.
A la quinta semana Reynoso no pudo más. Se
acercó a la mesa. Martín Adán lo miró fijamente. Y lo invitó a sentarse.
Pidió un vaso y lo llenó del pisco definitivo,
terminal y contundente que él estaba bebiendo.
Cerró la botella y le hizo el gesto que lo
tomara íntegro. ¡Todo y de una sola vez!
4. El veredicto de un oráculo
Pasaron los minutos en silencio. El licor
hacía efecto en el cuerpo y en el alma de Reynoso.
Y entonces ya estuvo decidido. Y con él el
coraje puesto para preguntarle:
– Martín Adán: ¿Ha leído mi libro que le
obsequié?
– Sí, lo he leído.
– Quiero saber su opinión, maestro. Yo aprendí
a escribir leyendo La casa de cartón.
Martín Adán se sirvió lentamente otro vaso de
pisco, en la misma proporción que había servido a Oswaldo, y lo bebió de un
solo trago. Pasaron otros tantos minutos:
– ¿Y qué le parece mi obra, maestro?
Oswaldo tenía el alma pendiente de un hilo.
Iba a escuchar el veredicto de un oráculo, de
una montaña, de un océano.
5. Aprecio y amo
Martín Adán, luego de mirarlo larga y
profundamente, le dijo
– Tu libro me ha dado miedo.
– ¿Miedo, maestro? ¿Miedo, usted?
– Miedo no de mí, sino de ti.
– ¿Miedo de mí, maestro? ¿Por qué?
– Porque vas a sufrir mucho.
Martín Adán se sirvió otro vaso y ya no quiso
hablar más
– Y así ha sido. –Dice Oswaldo Reynoso–. Y
reitera:
He sufrido horrores y sigo sufriendo. Pero amo
mi país y yo no me voy de aquí. Aquí me quedo.
Aquí me quedo porque esta es mi patria. Y aquí
estoy con mi gente.
Estoy con la gente que aprecio y amo.
6. Me encanta amanecer
Estoy con los pobres, con los honestos y
derechos. Estoy con la gente que sufre y son buenos. Estoy con los honrados y
quieren lo mejor para su país.
Jamás he claudicado en nada y he desechado
todo tipo de acomodos y conveniencias.
Soy feliz bebiendo una cerveza con mis amigos.
Estoy con los jóvenes que me muestran su
cariño y a quienes yo también quiero y respeto.
Y admiro a mis amigos.
Tres valores orientan mi vida: el cariño, la
belleza y la ética.
Me siento contento rodeado de los escritores
jóvenes y mucho más si son de provincia.
Quienes se acercan a consultarme acerca de sus
obras, y con quienes me encanta amanecer conversando.
7. Al final de un camino
Así es Oswaldo Reynoso, el más grande narrador
vivo del Perú. Quien hace sentir a los jóvenes que él los valora y los acompaña
en su trayectoria literaria como amigo
Y ellos sienten orgullo de alternar con un
escritor famoso, reconocido a nivel internacional.
Y cuyas lecturas de sus libros lo hicieron
siendo adolescentes, casi niños, y que ahora son fervorosos de su persona y de
sus obras.
Él viaja a todo certamen al cual se lo invita
desde provincias. En todo evento regional de literatura está presente.
Y allí lo esperan sus amigos expectantes y
orgullosos. Sus “manchas” de admiradores que lo festejan entusiasmados hasta
las lágrimas.
Estos artistas y escritores es fácil imaginar
lo que sienten al estar con él:
Sienten que alcanzan a llegar a una meta, al
final de un camino y a coronar una cumbre, cual es sentarse a conversar nada
menos que al lado de Oswaldo Reynoso.
8. Y es cierto
Y Reynoso a sus 82 años es invencible,
monolítico, inagotable, para conversar, para contar anécdotas. Para ello es
abierto, generoso, cordial. Sabe ser amigo. Utiliza su fama ya ganada para
ayudar.
De esa manera demuestra su amor al Perú, que
es ferviente y leal. Disfruta y se deja llevar. Es un tótem.
Hace poco se presentó una señorita a hacerle
una entrevista y le preguntó:
– ¿Qué premios ha ganado?
– Ninguno. –Le dijo.
– ¿Cómo?
– Ninguno. ¿Por qué cree que el escritor
escribe para ganar premios?
– ¿Ninguno?
– Yo jamás me presento a un concurso.
Y es cierto. Y absurdo. Es como si alguien que
albergara una fe necesitara un premio.
9. Expurgando en una realidad
Oswaldo Reynoso nació en Arequipa el 10 de
abril del año 1931. Estudió en esa ciudad en los colegios de los Hermanos
Cristianos y de San Francisco.
Inició estudios de Letras en la Universidad de
San Agustín pero a la muerte de su padre se trasladó a Lima para cursar la
carrera magisterial en la Universidad Nacional de Educación, La Cantuta, donde
se desempeñó después como profesor de Literatura.
Con su obra
Los inocentes es iniciador de la literatura de tema urbano con personajes
adolescentes en donde el lenguaje que expresan incorpora a la literatura la
jerga juvenil limeña.
En su obra En
octubre no hay milagros su universo se expande para abarcar la sociedad
criolla y sus diversos estamentos sociales, expurgando en una realidad social
confusa, hiriente y fragmentada.
Ha tenido la experiencia de 12 años de
residencia en China. Otras obras suyas son: El
escarabajo y el hombre, En busca de
Aladino y Los eunucos inmortales.
10. Un volcán coronado
Al borde de la muerte y en la víspera de una
delicadísima operación quirúrgica y estando en China le pidió a su amigo Juan
Morillo que si ocurría lo peor incineraran su cuerpo y él trajera sus cenizas a
nuestro país. Conturbado Juan asintió prometiéndole que cumpliría su deseo.
– Pero hay algo más. –Le dijo–. Quiero que mis
cenizas la esparzas en el cráter del Misti.
Ante la sorpresa de Juan, quien se devanaba en
cómo cumplir ese deseo, agregó:
– Sí Juan, en el mismo cráter del Misti, para
ver si así erupciona.
Extrayendo lo que en este diálogo hubiera de
jocundia y dándole el significado que aquel tenso momento propicia, ello nos
revela la personalidad ígnea y convulsa de Oswaldo.
Él ahora vive con la dignidad de un volcán
coronado de una nieve blanca e impoluta en su frente
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