Lo que
sigue está escrito sin ánimo alguno de provocación, créanme, menos aún
de molestar a nadie. Pretendo solamente poner sobre la mesa una cuestión
que no me parece irrelevante, a saber: la que plantea el hecho de que
la crítica literaria que se practica en España, más en concreto la
crítica que se hace en los suplementos culturales de difusión nacional
-que, guste o no, sigue siendo la más representativa-, esté en buena
parte en manos de críticos ya bastante entrados en edad, casi ninguno
por debajo de los sesenta años, algunos muy por encima. Me
refiero a los críticos más señeros, aquellos a cuyas manos suelen ir a
parar las novedades de mayor relieve, a quienes se concede más espacio
para sus comentarios, y que gozan en consecuencia de una mayor
visibilidad e influencia. Muy en particular, me refiero a los críticos
que comentan con regularidad las novedades de narrativa española, el
campo de actuación en el que, por razones obvias, un crítico acapara
mayor responsabilidad y obtiene mayor lucimiento.
Podría conectar este hecho -el de la edad ya muy avanzada de los
críticos- con el dato de que entre ellos no se cuenten apenas mujeres.
No sería una conexión arbitraria, ni tampoco inoportuna. Pero, de
momento, vamos a dejar de lado este asunto demasiado chispeante, que
merece otro tipo de reflexión, seguramente más grave. La que invito a
hacer aquí es la que se pregunta sobre la capacidad de un
crítico para mantener tensa su receptividad y su aptitud de acercamiento
y de comprensión para obras de autores mucho más jóvenes, que
escriben en una lengua cada vez más distanciada de la suya, en un marco
de referencias y conforme a unos códigos que le resultan a menudo
extraños, cuando no se le escapan del todo.
Dicha capacidad no queda mermada solamente por la edad: también por la
posición que el crítico va ocupando con el tiempo, en función de su
notoriedad, y que le hace cada vez más difícil el acceso a autores,
títulos, editoriales que no sean los que ponen delante suyo las inercias
de las rutinas y los circuitos consolidados, de los prestigios ya
acuñados, de sus propias inclinaciones.
Por supuesto que un crítico puede contrariar estas inercias, y puede
también mantener muy viva y espoleada su atención hacia lo nuevo,
incluso hacia lo radicalmente nuevo. Y aun si no fuera así, el crítico
con autoridad ya cumple un servicio encarnando eso mismo: la autoridad
frente a la que lo nuevo tiene que armarse y resistir, a la que tiene
que persuadir o vencer.
Lo peor es cuando, lejos de ejercer esa autoridad, el crítico
temeroso de haber perdido el paso de lo nuevo ejerce la condescendencia y
consiente senilmente con todo. Preferible es que descargue su
incomprensión y la ponga en evidencia, permitiendo ver cuánto en ella
obedece a los prejuicios, a la hipertrofia del propio gusto, a la
fosilización dentro de sí mismo del criterio de su época, y cuánto a la
invalidez, a la insolvencia, a la falsedad o a la servil obediencia y
previsibilidad de la obra que se somete a su juicio.
Como sea, no deja de ser preocupante -por sintomática- la falta ya no
digo de relevo, sino de ampliación del espectro generacional de los
críticos que colaboran en los principales suplementos culturales de la
prensa española. En lo tocante a la narrativa y a la poesía españolas
-pero no solamente-, el staff de la crítica de nuestro país sigue siendo hoy muy semejante al de hace veinte años.
Ni siquiera parecen emerger suplentes bien perfilados para suplir las
vacantes de críticos retirados o ya fallecidos, como mi querido y muy
admirado Rafael Conte, en el que no dejaron de manifestarse algunas de
las lacras del crítico ya resabiado, lacras que él mitigó con lucidez y
osadía, y con su proverbial buen talante.
No pocos de sus antaño colegas siguen en su lugar: Ricardo Senabre, Juan
Antonio Masoliver Ródenas, Joaquín Marco. Más jóvenes, Santos Sanz
Villanueva, José-Carlos Mainer, J.M. Pozuelo-Yvancos, Ángel Basanta. La
cancha que en este mismo suplemento se da a voces como las de Care
Santos o Ernesto Calabuig (los dos narradores, por cierto) no deja de
ser comparativamente insuficiente, aun con testimoniar una saludable
voluntad de poner remedio a la situación.
¿Cuál?
La de una crítica cada vez más susceptible de ser tachada de gerontocrática, escasísimamente contrastada y renovada.
http://www.elcultural.es/version_papel/OPINION/32700/Critica_y_Senectud
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