Vladimir Sorokin, uno de los más famosos y más críticos
escritores rusos de hoy, habla del poder absoluto, la religión y la censura.
El poder como algo absoluto y terrorífico: ese
es el tema que le interesa a Vladimir Sorokin, recién llegado a Buenos Aires
para presentarse en la Feria del Libro. Es un ruso alto, canoso y con una piel
tersa que me lleva a volver a revisar mis apuntes: cuesta creer que haya nacido
en 1955. Pero es así nomás, nació hace casi sesenta años en la entonces Unión
Soviética, hoy la Rusia de Putin, y es por eso que le interesa el poder; lo ha
padecido, como dirá varias veces durante la entrevista.
Acá se consiguen dos de sus novelas, traducidas
por Alfaguara: El hielo, la historia de una secta totalitaria, y El
día del oprichnick, esta última una distopía que relata la vida de un
integrante de los oprichnicks, una especie de patota de elite y todopoderosa. Oprichnicks se llamaban los guardias personales
del fundador de Rusia, el zar Iván el Terrible, y eran unos carniceros al
servicio de la tiranía y eso mismo son los oprichnicks de Sorokin, sólo que con
tecnología del Siglo XXI. Por lo demás, son tan religiosos y bestiales como sus
antecesores
Leyéndolo, uno se siente transportado a una
pesadilla: un aparato gubernamental de ideología y métodos medievales con
tecnología de punta. El lo cuenta así: “Durante la época de Stalin no había ni
disidentes ni oposición, porque había un miedo total y gobernaba una máquina
del terror. Justamente quise describir la posibilidad de que, en el siglo XXI,
en el siglo de altas tecnologías, volviéramos a ese terror. Ahora sería un
regreso al medioevo, el comunismo ya es impensable. Yo quería, en mi literatura,
construir ese modelo; ese era mi objetivo porque en la Rusia post soviética aun
hay mucha gente que tiene la cabeza construida según ese modelo de obediencia y
terror.” Cuando se le pregunta por la profunda religiosidad de sus oprichnicks,
dice que no es la religion lo que él critica, que él mismo es cristiano y que
lo que lo aterra “es a la Iglesia al servicio de fines estatales”.
Los primeros libros de Sorokin no se
publicaron en su país porque no pasaron la censura comunista. Y en 1999 la
¿democracia? rusa le haría sentir miedo otra vez: un grupo de jóvenes ligados
al partido de Putin, y muy cercanos al mismo líder, los “nashi” (“Nosotros”),
quemó ejemplares de sus libros frente al Teatro Bolshoi. Casi todo lo que dice está impregnado de
política. Por ejemplo, define su infancia como “soviéticamente satisfactoria”.
-¿Qué significa eso?
-Mi papá era profesor, mi familia no tenía problemas económicos.
-Mi papá era profesor, mi familia no tenía problemas económicos.
-Pero eso es bueno en cualquier sistema.
-Sí, pero no hay que olvidar que yo crecí en un país totalitario, en donde todo estaba impregnado en violencia y lucha. Y esa violencia sobre la persona, sobre el individuo, siempre la estuve sintiendo: era el aire que respirábamos.
-Sí, pero no hay que olvidar que yo crecí en un país totalitario, en donde todo estaba impregnado en violencia y lucha. Y esa violencia sobre la persona, sobre el individuo, siempre la estuve sintiendo: era el aire que respirábamos.
-¿Hay algo que extrañe del mundo soviético?
-No, nada. Desde muy chico sentí que era un mundo antihumano, que siempre el que sufría era el hombre dentro de esa sociedad.
-No, nada. Desde muy chico sentí que era un mundo antihumano, que siempre el que sufría era el hombre dentro de esa sociedad.
-¿Y ahora se vive mejor en su país?
-Por lo menos las fronteras están abiertas y uno puede salir y entrar al país. Y un escritor puede escribir para el público y no tiene que esconder sus textos en un cajón. Pero hay un resurgimiento de tendencias peligrosas; cada vez que me lo preguntan en Occidente digo que por ahora, en Rusia, no hay censura. Por ahora no.
-Por lo menos las fronteras están abiertas y uno puede salir y entrar al país. Y un escritor puede escribir para el público y no tiene que esconder sus textos en un cajón. Pero hay un resurgimiento de tendencias peligrosas; cada vez que me lo preguntan en Occidente digo que por ahora, en Rusia, no hay censura. Por ahora no.
-Sin embargo usted sufrió agresiones como
la quema de sus libros.
-Sí, no hay censura por ahora, insisto, pero uno siente que va volviendo lentamente.
-Sí, no hay censura por ahora, insisto, pero uno siente que va volviendo lentamente.
-Acá resulta impensable que se agreda a un
escritor por sus libros. No solo porque no hay censura; sobre todo porque la
literatura tiene muy poca incidencia social. ¿Los rusos son muy lectores?,
¿cómo es que un escritor pasa a ser del interés del gobierno?
-Sí, leen mucho. Pero, como siempre, la literatura es el espejo del país, eso es propio del logocentrismo: es muy importante la palabra en Rusia. Todos los regímenes totalitarios, también la monarquía, estaban sostenidos en alguna ideología. Se le daba mucha importancia a la palabra.
-Sí, leen mucho. Pero, como siempre, la literatura es el espejo del país, eso es propio del logocentrismo: es muy importante la palabra en Rusia. Todos los regímenes totalitarios, también la monarquía, estaban sostenidos en alguna ideología. Se le daba mucha importancia a la palabra.
-¿Será por eso que tuvieron escritores tan
grandes como Gogol, Dostoievsky, Tólstoi?
-No sé, pero de Gogol y Tólstoi aprendo todos los días.
-No sé, pero de Gogol y Tólstoi aprendo todos los días.
http://www.revistaenie.clarin.com/feria-del-libro/sistemas-totalitarios-mucha-importancia-palabra_0_912509054.html
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